domingo, 6 de diciembre de 2009

Jo, jo, jo, jo

Es navidad.
Todos duermen.
El bullicio de la fiesta se ha ido apagando y el silencio se ha apoderado de la ciudad.
Tendido en el sofá, aún bajo los efectos del alcohol ingerido, David despierta.
Unos ruidos en la chimenea le alertan sobre la posibilidad de que algún intruso intente robarlos, por lo que busca su viejo rifle de caza y aguarda.
Por momentos todo parece volver a la normalidad mientras sus ojos luchan para mantenerse abiertos.
El chirrido de un auto que frena violentamente en la calle casi le hace disparar el arma.
Por un instante voltea hacia la ventana y cuando su vista regresa a la chimenea ve la sombra de la figura que se proyecta frente a ella.
Una risa que le suena macabra le pone la piel de gallina.
-Jo jo jo jo
Los rojos ojos brillan en la oscuridad y lo observan de una forma irónica.
Cierra los suyos y aprieta el gatillo.
El ruido de la detonación le hace saltar de miedo y el arma cae al piso.
El ambiente se torna extraño y un frio glacial penetra sus huesos.
Tiembla de terror ante lo acontecido.
Sus ojos se agrandan, las pupilas se le dilatan, la frente se le arruga y los labios se le estiran horizontalmente ante el flui r de la adrenalina que pareciera eliminar los efectos del alcohol.
Parado en la chimenea, brotando sangre, el cuerpo de un hombre voluminoso, cuyos ojos se han cerrado permanece esperando.
¿Cómo ha podido entrar por tan estrecho espacio alguien de contextura tan gruesa?
¿Estará muerto?
Se arma de valor y camina hacia donde se encuentra el intruso.
Viste de rojo, su cara está poblada de una larga y espesa barba y un grueso bigote blanco.
Sacude la cabeza con intención de salir de ese sueño que cree estar viviendo pero sigue allí parado frente a alguien que hasta hoy pensó que no existía y que como cosa curiosa ha matado.
El ruido de la detonación despierta a todos y desde el segundo piso, lugar donde se encuentra los dormitorios su hermano grita.
-¿Qué ocurre? ¿Estás bien David?
Saca fuerzas de su miedo y caminando hacia la escalera grita.
-Estoy bien.
Ya este baja y detrás suyo la esposa y sus dos hijos, uno de diez y otro de ocho años.
-¿Qué fue ese disparo?
Baja la cabeza y dice.
-He matado a San Nicolás.
Todos se detienen como si las palabras contuvieran un aviso de pare.
-¿Qué dices?
-Lo que has oído. Está muerto en la chimenea.
La familia va hasta el lugar indicado por David, quien se queda algo rezagado.
En el piso se encuentra el rifle.
-Vete a dar un baño, estás borracho, acá no hay nadie.
Sorprendido constata lo dicho por su hermano.
Está seguro que no está borracho y que lo ha matado, pero el cuerpo se ha esfumado.
Todos suben nuevamente y se echa de nuevo en el sofá.
Cuando mira a la chimenea lo vuelve a ver, brotando sangre y riéndose.
-jo jo j jo.

domingo, 21 de junio de 2009

Tú Dios no es el mío

Tu Dios no es el mío,
el tuyo pide pleitesía,
adoración, obligación,
atención, oración
y hasta sacrificio.

El mío solo amor,
sin circunstancias
que lo limiten ,
ni condiciones
para regalarlo.

El tuyo tiene historia,
pasado, presente,
futuro, rostro,
vida, muerte
y resurrección.

El mío es eterno,
dueño sin ser amo,
omnipresente y fiel,
amigo sin pedirme nada
y nunca ha muerto.

Tu Dios no es el mío,
hay razones que lo separan
y acciones que los limitan,
y mientras tú te afanas por él
sin temores existo para el mío.

viernes, 1 de mayo de 2009

Taramaina

La tarde es buena para morir, como todas desde que el invasor blanco llegó.
Sus flechas han sido certeras, rayos de sol que cortan la vida de la noche.
La faena ha sido dura pero productiva, por lo que ahora sembrado en la tierra con sus piernas rotas por la estampida del ganado, solo lamenta dejar la vida bajo la inclemencia del sol y no de las armas.
A su alrededor decenas de compañeros de lucha, con la sonrisa de la victoria, aunque sin latir sus corazones lo acompañan.
Las llanuras de Catia lo vieron crecer y fueron testigos de sus mejores proezas al lado de Paramaconi.
Unas voces tenues llegan a sus oídos.
Pertenecen a los invasores y a unos compañeros de raza que los acompaña.
Les grita para que se acerquen.
Así lo hacen y le preguntan a través del indio.
-¿Qué quieres?
Le responde.
-Matarlos.
Ante el asombro de ellos, que lo creían muerto, logra sentarse en el piso y armar el arco.
Su saeta perfora la frente de uno de los soldados.
Vengando el atrevimiento, Juan Ramírez, quien es el jefe, envía a dos indígenas vasallos de Guaimacuare, a cumplir el encargo de eliminarlo.
Pero no será su impedimento físico, quien le impedirá defenderse.
Como en sus mejores epopeyas en solo segundos arma su arco en dos ocasiones.
La primera flecha se introduce entre ambos muslos a uno de sus atacantes, la segunda atraviesa el costado del otro, partiéndole el corazón.
Los presentes quedan petrificados ante la acción.
-Yo me encargo. –dice Castillo, uno de los soldados, quien sobre su sayo de armas se coloca otro y avanza a enfrentar al inmóvil Taramaina.
Sabe que no será contrincante ante el impedimento físico que lo mantiene clavado en tierra.
Lo ve venir empuñando con rabia su filosa y larga espada.
Esta vez sus flechas no logran librarlo del enemigo, quien gracias al doble sayo escapa al veneno punzante de ellas.
Lo mira frente suyo.
Detrás de su expresión agresiva sabe que está confundido ante tanta obstinación.
Tal vez hubiera preferido que él hubiera exclamado por ayuda y no por muerte, pero entre las muchas cosas que lo diferencian está el amor por esta tierra y morir por ellas es vivir eternamente.
La espada le atraviesa el pecho.
Aún antes de morir aprieta a esta con fuerzas y logra asir las manos de su verdugo.
Todavía tiene fuerzas para ahogarlo entre sus brazos.
Pero tras el cielo limpio de la tarde, mientras muere lo mira con rostro de gozo.
Camino para el Collado, el soldado Castillo no puede borrar de su mente la expresión del indio, quien moribundo le sonreía.

sábado, 25 de abril de 2009

Señora Tierra
(Genero: Nano Teatro)

Escena Única
Se abre el telón.
El Escenario es una calle.
En este aparece caminando bamboleante una mujer, vestida con un jeans con un hueco en el muslo derecho, donde se puede ver la piel enrojecida y quemada, su brazo izquierdo esta enyesado, sus ojos golpeados están rodeados de un color morado y toda la piel esta cubierta de cicatrices de diversos tamaños y formas y su vestimenta es haraposa..
Tras trastabillar cae al piso y al intentar levantarse queda sentada en él, en un extremo del escenario, por donde aparece un hombre quien la tropieza.

Hombre
-Perdón, no la vi.

La mira detenidamente

Hombre
¡Que mal se ve!

Ella lo mira con lastima.

Hombre
-¿Qué hace allí en el piso?

Tierra
-Ya casi no tengo fuerzas para mantenerme de pie.

Hombre
-¿Cómo se llama?

Tierra
-Tierra, soy el lugar donde habitas.

Hombre
(Pensativo y señalando a la pierna de ella donde está roto el pantalón)
-¿Qué le ha pasado allí?

Tierra
(Con voz lastimosa)
-Los rayos del sol me han quemado, perdí en ese lugar la capa de ozono y no puedo protegerme.

Hombre
-¿Y en los ojos?

Tierra.
-Son los efectos de la contaminación, los efectos tóxicos de todo lo que lanzan a mi cuerpo, falta poco para que quede ciega y cuando eso pase entonces todo será un caos peor que el actual.


Hombre
-¿Por que tienes ese yeso en el brazo?

Tierra
-Porque han ido exterminando todos los recursos que sustenta mis huesos, han extinguido las diversidades de especies de flora y fauna, los recursos minerales y el ambiente.

Hombre
-¿Y todas esas cicatrices?

Tierra
-Son las huellas de las guerras, las más grandes son las producidas por artefactos nucleares.

Hombre
-¿Puedo saber quien le ha causado todos esos daños?

Tierra.
-Los de tu especie, los hombres que han vivido en mí, ni los dinosaurios más fieros con sus enormes tamaños lograron hacerme tanto daño.

Hombre
-Está muy mal señora tierra. ¿Cómo podemos hacer para ayudarla?

Tierra
-Revirtiendo todo lo que han hecho desde que descubrieron la tecnología, utilizando su inteligencia para crear y no para destruir, tomando conciencia que sin mi no sobrevivirán. No es tan difícil como parece.

La mujer se levanta, pero para no caerse se apoya en los brazos del hombre.
Ella comienza a temblar.

Hombre
-Está muy caliente, tienes fiebre.

Tierra
(Susurrando)
-Es a consecuencia del calentamiento global, producido por el bióxido de carbono y otros contaminantes.

Dicho esto se desmaya.

Hombre
(Alzando al voz)
-Señora tierra, señora tierra…

La carga entre sus brazos y camina hacia la salida del escenario.
Antes de salir grita:

Hombre
-Hay que salvar la tierra.

Cierra el telón.

jueves, 2 de abril de 2009

Mi patria es Venezuela

De mar a tierra se escurren
los cabellos de mi patria,
trenzas multicolores de etnias,
lienzo múltiple de paisajes,
notas y acordes de autóctonomía.

De occidente a oriente, norte a sur,
la tierra cambia de trajes y sabores,
sol y nieve, llanos y montañas, selvas,
pueblos y metrópolis, arados y fabrica,
cuatros y arpas, furros y tambores, guitarras.

Tropel de venas de agua sus ríos,
majestuosa maravilla del Churum Meru,
corazón de vida sus encantos naturales,
canción de eternidades sus costumbres,
de mar a tierra mi patria es Venezuela.

sábado, 24 de enero de 2009

El guerrero y la bestia.

El fiero perro mostrando sus dientes espera que las amarras le sean soltadas para embestir sobre el cobrizo oponente, que macana en mano y penacho en la cabeza lo mira con rabia y confianza, seguro de la victoria. Tamanaco y Amigo, en esos azares de la vida se han cruzado para medir fuerzas. Bestia y guerrero son los actores del improvisado circo dispuesto con palizadas, para saciar la sed de sangre que los bárbaros instintos alimentan. Los conquistadores liderados por Pedro Alonso, juez y señor de las vidas de los prisioneros, tomados tras horas de lucha a orillas del río guaire, se deleitan ante el inevitable desenlace que vengará las humillantes derrotas sufridas en varias ocasiones por el corajudo ejército del cacique, quienes armados con el valor y el honor, mas que con sus flechas, lograron poner de rodillas repetidamente a los altivos peninsulares, forasteros e invasores que el mar trajo un día.
A los espectadores se suman algunos indios Mariches, también prisioneros en la batalla y la gente del cacique Aricabuto, quien subyugado al conquistador, olvidando la promesa hecha a Tiuna tras la muerte de Guaicaipuro, ha sido protagonista en la mala hora de Tamanaco y su tribu.
La plaza mayor de Caracas, a finales de 1570 es el lugar de los acontecimientos.
Entre la horca y la batalla el guerrero no tiene elección, su corazón no se doblegará ante el vasallaje, ni su honor, aun con la muerte, podrá ser pisoteado, tras años defendiendo a su gente de la ruindad de quienes menosprecian el legado que los ancestros le han dejado. Entre todos los enemigos el cacique tiene un admirador, que tal vez secretamente desea que salga victorioso. Es su vencedor Garci-González , veterano luchador de las Indias, quien magnánimo en ocasiones en las victorias, con admiración ha ido descubriendo en las entrañas de los corazones nativos, la hidalguía que sus hombres nunca han tenido y que su ejercito nunca tendrá.
A la señal indicada comienza el combate, el animal alimentado con la sangre de otras victimas, embiste al cacique y este gritando en su lengua descarga la macana en la fiera.
Por segundos pueden escucharse los latidos galopantes de los corazones de los espectadores, puede sentirse en el ambiente el aroma de la muerte, que impregna los alrededores.
Amigo, curioso nombre para quien no los tiene, con la agilidad propia de su condición canina logra escapar a la furia del arma y, quizás asombrado ante la valentía del guerrero que espera impávido su ataque, coloca sus patas en el pecho de este, quien sorprendido ante la fuerza del animal, da un paso hacia atrás, trastabillea y cae al suelo, ante la exclamación de sorpresa de los asistentes.
Intenta entonces abrazarlo para asfixiarlo entre sus brazos, pero los movimientos inusuales del animal logran mantenerlo fuera de su alcance y los filosos dientes, como cuchillos entrenados para cortar, penetran en los brazos y antebrazos, escudos que impiden que estos lleguen al cuello.
No hay rastro de temor en el rostro del guerrero.
En decenas de batallas su carne ha sido desgarrada por las armas del enemigo.
Su condición de cacique lo corrobora.
Su vida no será suficiente para que su pueblo se rinda.
Un ligero parpadeo es suficiente para que Amigo, logre su cometido.
Como espada que atraviesa el lomo de la fiera, sus dientes logran romper la aorta y bombeada por el esfuerzo de la batalla, la sangre del guerrero inunda su hocico y por segundos le nubla la vista.
No hay gesto de victoria en la fiera ni de derrota en el vencido, que en pocos segundos, sin arrodillarse ante el enemigo, muere.
No conformes con el bizarro espectáculo, aún permiten que el perro, utilizando dientes y uñas, narcotizado ante el olor del rojo liquido, termine separando la cabeza del cuerpo del contendiente.
El silencio, extrañamente surge primero que los alaridos de victorias de quienes lo celebran.
La desaparición física no será suficiente para el olvido.
 
Literatura