sábado, 24 de enero de 2009

El guerrero y la bestia.

El fiero perro mostrando sus dientes espera que las amarras le sean soltadas para embestir sobre el cobrizo oponente, que macana en mano y penacho en la cabeza lo mira con rabia y confianza, seguro de la victoria. Tamanaco y Amigo, en esos azares de la vida se han cruzado para medir fuerzas. Bestia y guerrero son los actores del improvisado circo dispuesto con palizadas, para saciar la sed de sangre que los bárbaros instintos alimentan. Los conquistadores liderados por Pedro Alonso, juez y señor de las vidas de los prisioneros, tomados tras horas de lucha a orillas del río guaire, se deleitan ante el inevitable desenlace que vengará las humillantes derrotas sufridas en varias ocasiones por el corajudo ejército del cacique, quienes armados con el valor y el honor, mas que con sus flechas, lograron poner de rodillas repetidamente a los altivos peninsulares, forasteros e invasores que el mar trajo un día.
A los espectadores se suman algunos indios Mariches, también prisioneros en la batalla y la gente del cacique Aricabuto, quien subyugado al conquistador, olvidando la promesa hecha a Tiuna tras la muerte de Guaicaipuro, ha sido protagonista en la mala hora de Tamanaco y su tribu.
La plaza mayor de Caracas, a finales de 1570 es el lugar de los acontecimientos.
Entre la horca y la batalla el guerrero no tiene elección, su corazón no se doblegará ante el vasallaje, ni su honor, aun con la muerte, podrá ser pisoteado, tras años defendiendo a su gente de la ruindad de quienes menosprecian el legado que los ancestros le han dejado. Entre todos los enemigos el cacique tiene un admirador, que tal vez secretamente desea que salga victorioso. Es su vencedor Garci-González , veterano luchador de las Indias, quien magnánimo en ocasiones en las victorias, con admiración ha ido descubriendo en las entrañas de los corazones nativos, la hidalguía que sus hombres nunca han tenido y que su ejercito nunca tendrá.
A la señal indicada comienza el combate, el animal alimentado con la sangre de otras victimas, embiste al cacique y este gritando en su lengua descarga la macana en la fiera.
Por segundos pueden escucharse los latidos galopantes de los corazones de los espectadores, puede sentirse en el ambiente el aroma de la muerte, que impregna los alrededores.
Amigo, curioso nombre para quien no los tiene, con la agilidad propia de su condición canina logra escapar a la furia del arma y, quizás asombrado ante la valentía del guerrero que espera impávido su ataque, coloca sus patas en el pecho de este, quien sorprendido ante la fuerza del animal, da un paso hacia atrás, trastabillea y cae al suelo, ante la exclamación de sorpresa de los asistentes.
Intenta entonces abrazarlo para asfixiarlo entre sus brazos, pero los movimientos inusuales del animal logran mantenerlo fuera de su alcance y los filosos dientes, como cuchillos entrenados para cortar, penetran en los brazos y antebrazos, escudos que impiden que estos lleguen al cuello.
No hay rastro de temor en el rostro del guerrero.
En decenas de batallas su carne ha sido desgarrada por las armas del enemigo.
Su condición de cacique lo corrobora.
Su vida no será suficiente para que su pueblo se rinda.
Un ligero parpadeo es suficiente para que Amigo, logre su cometido.
Como espada que atraviesa el lomo de la fiera, sus dientes logran romper la aorta y bombeada por el esfuerzo de la batalla, la sangre del guerrero inunda su hocico y por segundos le nubla la vista.
No hay gesto de victoria en la fiera ni de derrota en el vencido, que en pocos segundos, sin arrodillarse ante el enemigo, muere.
No conformes con el bizarro espectáculo, aún permiten que el perro, utilizando dientes y uñas, narcotizado ante el olor del rojo liquido, termine separando la cabeza del cuerpo del contendiente.
El silencio, extrañamente surge primero que los alaridos de victorias de quienes lo celebran.
La desaparición física no será suficiente para el olvido.
 
Literatura